VIAJE
Edgar se levantó temprano como todas las mañanas, se bañó, afeitó su rostro y vistió aquel jersey rojo que tanto le gustaba, bajó los cuatro pisos de su edificio hasta el parqueadero. Salió en su auto. Sin apartarla de su mente condujo por las estrechas calles de su barrio hasta llegar a la avenida principal, pasó enfrente de su oficina y siguió de largo. Al llegar a la troncal departamental aceleró aún más. Tuvieron un día y una noche esplendidos, celebraron cuatro años desde que se conocieron y empezaron a jugar a mirarse hasta por fin fundirse en un solo ser, tenían poco en común y sin embargo lograron construir un amor bonito, como los que todo el mundo piensa que serán eternos. Edgar era un joven apuesto, seguro de sí mismo y de porte sobriamente elegante, Dani era una mujer blanca, con el pelo y los ojos de un negro profundo, sus mejillas dibujaban unos hoyuelos tan perfectos, que cuando sonreía, bien pudiesen ser la tumba de cualquier hombre capaz de enamorarse.