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Mostrando entradas de mayo, 2020

VIAJE

Edgar se levantó temprano como todas las mañanas, se bañó, afeitó su rostro y vistió aquel jersey rojo que tanto le gustaba, bajó los cuatro pisos de su edificio hasta el parqueadero. Salió en su auto. Sin apartarla de su mente condujo por las estrechas calles de su barrio hasta llegar a la avenida principal, pasó enfrente de su oficina y siguió de largo.   Al llegar a la troncal departamental aceleró aún más.     Tuvieron un día y una noche esplendidos, celebraron cuatro años desde que se conocieron y empezaron a jugar a mirarse hasta por fin fundirse en un solo ser, tenían poco en común y sin embargo lograron construir un amor bonito, como los que todo el mundo piensa que serán eternos. Edgar era un joven apuesto, seguro de sí mismo y de porte sobriamente elegante, Dani era una mujer blanca, con el pelo y los ojos de un negro profundo, sus mejillas dibujaban unos hoyuelos tan perfectos, que cuando sonreía, bien pudiesen ser la tumba de cualquier hombre capaz de enamorarse.    

“TOMAD Y COMED…”

“Tomad y comed…”, alzó la hostia hacia el cielo con su mano derecha como lo había hecho durante los últimos tres años, repitiendo en voz baja aquella fórmula que había aprendido en el seminario, pero no podía apartarla de su mente, seguía pensando en la redondez de su pecho, en su aroma, en los besos de sus labios carnosos, en la tibieza de su piel, en ese abrazo, en ese sexo pausado, en el orgasmo y el sudor de ella.   Ella estaba sentada en la primera banca y no dejaban de mirarse. César, el sacerdote nuevo, había llegado tan solo unas semanas atrás, aún era un muchacho y ya tenía algunos años desde su ordenación. Inés era un poco mayor que él, había enviudado recientemente y pasaba sus tardes de soledad en las actividades que ofrecía la iglesia; era una mujer de estatura promedio, con un cuerpo llamativo, los senos redondos, hermosa piel blanca, el cabello negro rizado, ojos grandes oscuros, sus labios carnosos de un sutil color rosa y su voz era suave en contraste con la voz

IRENE

Anoche soñé de nuevo contigo, te llamabas Irene y venías desde un pasado en el cual no pude hablarte.   Abrí los ojos y estabas frente a mí, sentada, mirándome fijamente, sonreías, nunca te había tenido tan cerca como para saber que llevabas brackets, simplemente desde mi rincón, escondido detrás de un tumulto de gente, podía ver que tu sonrisa brillaba, tus ojos jamás se encontraron con los míos, pero yo los seguía todas las veces que llegamos a compartir salón.   Las explicaciones del maestro y las preguntas de los compañeros se quedaban en el aire combatiendo el sonido de tu voz, el olor del alcohol y del hospital no impedían que pudiese quedarme con tu aroma. Así transcurrieron muchos días, y nunca tuve el valor de hablarte, entre el afán de las obligaciones y una timidez extrema.   Una tarde cualquiera, cuando ya se había esfumado el tiempo, te vi cruzar nuevamente delante mío y el efecto fue igual; desapareció mi voz, sudaron mis manos, reconocí el medio flequillo que

MALES BUSCADOS

No tuvieron que suceder muchas cosas para que estuviésemos de nuevo los tres sentados a la misma mesa, en nuestros años de adolescencia construimos una amistad tan firme que sobrevivió pese a estar enamorados de la misma mujer en los primeros años de la adultez.  Y aunque tuvimos periodos de difícil distanciamiento, en el momento preciso, hemos sabido que contamos con la mano de los otros para levantarnos y uno que otro putazo para despertarnos. Creo que pocas personas en la vida se conocen tanto como me conocen y conozco a éste par de jumentos, y es que los tres tenemos la testarudez de un burro, impulsivos a más no poder, apasionados, pero con el cristo de espaldas en cuestiones de amor, “males buscados” dicen sabiamente nuestras madres.   Esa noche trajimos a la mesa las congojas de los últimos días. La mía, un noviazgo muy corto, a mis casi cuarenta años, me enamoré de los ojos más hermosos que había visto, su hermosa sonrisa me había devuelto la mía y tal vez por eso le di