“Tomad y comed…”, alzó la hostia hacia el cielo con su mano derecha como lo había hecho durante los últimos tres años, repitiendo en voz baja aquella fórmula que había aprendido en el seminario, pero no podía apartarla de su mente, seguía pensando en la redondez de su pecho, en su aroma, en los besos de sus labios carnosos, en la tibieza de su piel, en ese abrazo, en ese sexo pausado, en el orgasmo y el sudor de ella. Ella estaba sentada en la primera banca y no dejaban de mirarse. César, el sacerdote nuevo, había llegado tan solo unas semanas atrás, aún era un muchacho y ya tenía algunos años desde su ordenación. Inés era un poco mayor que él, había enviudado recientemente y pasaba sus tardes de soledad en las actividades que ofrecía la iglesia; era una mujer de estatura promedio, con un cuerpo llamativo, los senos redondos, hermosa piel blanca, el cabello negro rizado, ojos grandes oscuros, sus labios carnosos de un sutil color rosa y su voz era suave en contraste con la voz
Esa como todas las mañanas había caminado los trescientos metros que separaban la cabaña del rio, caminó con pasos cortos, repitiendo cada una de las pisadas de sus botas durante los últimos meses, pensando una palabra por cada paso. Había llegado 6 meses atrás escapando de todo, únicamente llevaba 3 de sus camisas de cuadros 2 pantalones de mezclilla y uno de dril verde como el prado. Los días transcurrían entre el humo de su cigarro preferido, tazas de café, profundos tragos de ron añejo y lecturas deliciosamente interminables, cada rato se detenía a meditar y a orar (hace un tiempo había optado por volver a la fe que desde niño le enseñaron en casa). Había tardado mucho tiempo en llenar de libros los anaqueles que ocupaban varias de las paredes de su cabaña pues los había elegido cuidadosamente entre sus libros preferidos, los de su padre y unos cuantos que heredó de una gran amiga que se había ido apagando víctima de un cáncer de estómago intratable. Cocinaba todos
Si tan solo todos los días pudiesen empezar con un beso de tus labios, Si tu aroma cobijara mi cuerpo para darle calor cada noche, Si prestaras tu voz para las canciones que aruyen mi sueño, Si tus manos no soltarán jamás las mías, Si tus pasos me acompañaran hasta el final de los días, Recorrería el camino que el destino me muestre, sin dejar de amarte toda la vida Carlos J
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